Capítulo 1: Mariposas y Whisky
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Capítulo 1: Mariposas y Whisky
He aquí el primer capítulo de la novela en la que estoy trabajando.
El reflejo que me devolvía la superficie de aquella copa de
whisky no era muy halagador. La tristeza había esculpido mi rostro y la dejadez
se había aposentado en él.
Estaba acompañado en aquella lúgubre sala, que resultaba ser
mi despacho, de la soledad. El ensordecedor ruido que entraba por la ventana
entreabierta, proveniente de la calle, no parecía romper el silencio casi
mortecino que me rodeaba.
Sentado sobre aquel sillón destartalado, lo único que
llegaba a ver era aquel vaso medio vacío y una botella barata de whisky que
languidecía en sus últimos estertores de vida.
No podía ver como se demoraba su agonía, así que lentamente
alargué el brazo y procedí a llenar la copa con las últimas gotas del brebaje
que envenenado mis días.
Era en estos momentos cuando podía oír su canto de sirena.
Una Colt del 45 con cuatro balas en el tambor susurraba mi nombre. Tan sencillo
como abrir el cajón de mi escritorio, poner el arma contra mi sien y…¡BAM!
Mis sesos decorarían la mohosa pared.
Pero no…
Corría el año 1929 y esparcir mi masa encefálica por su
propiedad era el último, de una larga lista, de disgustos que se llevaría mi
pobre casera.
La quiebra de la Bolsa no había acabado con ella. No se
merecía tener que limpiar la sangre de la pared de aquel angosto despacho,
situado en la octava planta del edificio que alquilaba por un mísero precio,
similar al que podía valer un buen copazo en la taberna de O’Mulligan.
Definitivamente, ese no sería el día en que mis huesos
maltrechos acabarían en una caja de madera, a tres metros bajo tierra. Decidí
incorporarme y eché un rápido vistazo al despacho. Desde hacía un mes y medio,
aquel estudio había pasado a ser mi casa, después del desahucio. Una escueta
maleta, con mis pocas posesiones acechaba , oculta entre las sombras en una
esquina de la habitación.
Pero bueno, la cosa no iba tan mal. Al menos, mi cuerpo no
había recorrido la distancia que separaba al Empire State del suelo, como mucho
corredores de Bolsa, que con sus esquelas adornaban día tras día la portada de
los periódicos.
Llevaba tiempo sin recibir un encargo. Demasiado tiempo, de
hecho. Mi cuenta, en la tienda de ultramarinos de la viuda Rose, se perdía a lo
largo de páginas y páginas de pedidos impagado. Creo que la mujer estaba al
tanto de mi triste situación económica y guardaba algo de su caridad cristiana
para mí y para mi olvidado estómago.
Sin embargo, no perdía la esperanza. El teléfono aún
descansaba sobre la mesa. Esperaba sin mucha convicción que el ruido de aquel
maldito aparato me sacara de mi monotonía de bebida y compañías poco
recomendables.
Pero no sonaba…
Miré con desgana a aquel engendro de la tecnología una
última vez y decidí que la mejor manera de desperdiciar aquella mañana de
primavera sería dar un paseo. Además, empezaba a quedarme sin existencias y mi
cuerpo necesitaba de ese alcohol que desinfecta las heridas del alma.
Observé que el vaso estaba lleno. No sería así por mucho
tiempo. En un acto instintivo, casi con el mismo penoso automatismo con el que
trabaja un obrero de los bajos fondos, alargué el brazo y me llevé la copa a
los labios.
Durante un instante vacilé. “Cualquier día de estos lo
dejo”, me dije en un infructuoso intento por engañarme a mismo. Bebí todo el
contenido de un trago y sentí como una lengua de fuego acariciaba mi paladar
con la dulzura de una fulana barata y como se deslizaba hasta mis tripas
vacías.
Salí del despacho, no sin antes coger una vieja gabardina
gris, que descansaba plácidamente sobre el perchero, y calzarme un sombrero algo
roído a juego con la desgastada prenda. Al girar el pomo, un desagradable
rechinar me auguró que cualquier día tendría que abrir la puerta de un disparo
en la cerradura.
Al bajar las escaleras y salir del edificio, me encontré con
el mismo panorama: calles llenas de espectros errantes en pena, que no eran
sino míseros desempleados, víctimas de la codicia y la inocencia que había
desembocado en aquella catastrófica crisis.
Yo no me diferenciaba mucho de ellos. Con mi ropa a juego
con las aceras, parecía un camaleón vagando sin rumbo por la jungla del
asfalto. Solo me sacaron de mi catatonia rutinaria la figura de dos policías.
Sus caras no me sonaban, pero…oh, si…podía olerse a kilómetros. Sus aire
seguros, desgarbados y sus sonrisas intimidatorias apestaban a corrupto.
Había visto esa historia repetirse decenas de veces, cuando
aún formaba parte del cuerpo. Eres joven y arrogante y nada más llegar aparecen
tres tipos con traje elegante y te dan un fajo de billetes por hacer la vista
gorda. ¿Quién iba a negarse? Pobres diablos. Lo que no sabían ese par de
novatos, es que el camino que habían elegido no era muy largo.
No puede decirse que yo haya sido el poli más limpio, ni
mucho menos, pero nunca llegué a esos extremos. Pero eso… fue hace mucho
tiempo, antes de aquellos asuntos turbios de los cuales ya ni me acuerdo.
Continué mi camino, no sin memorizar las caras de aquel par
de sabandijas. Mis pasos pausados y mi andar errático ganaron intensidad cuando
unas finas gotas de lluvia, provenientes de un cielo negro y poco acogedor,
empezar a caer sobre la urbe del vicio y la decadencia. Mi querida New York.
Al cabo de unos minutos, llegué a un portal conocido,
Parapetado por un viejo periódico que había encontrado por el camino para
cubrirme de la lluvia.
Era temprano, pero poco importaba eso allí donde me
encontraba. La Taberna de O’Mulligan no cerraba nunca. Daba igual que fuera de
día o de noche; el viejo George O’Mulligan siempre estaba dispuesto a servirte
una copa.
Su deleznable local iba a juego con su propia aspecto, en el
que destacaban una prominente barriga y una desdentada sonrisa. La Ley Seca imperaba
en aquellos días, pero aquel astuto irlandés se las había apañado, a golpe de
sobornos y extraños favores para que la policía no fuera allí a dar problemas.
Entré en el garito y me acerqué a la barra. Un taburete que
parecía tener mi nombre escrito y la firma de mi culo impresa pedía a gritos
que me sentase en él.
-¿Lo de siempre, Matt?- cualquier otro, se hubiera
sorprendido de tener un cliente a aquellas horas, pero no O’Mulligan y mucho
menos si yo era ese cliente.
-Lo de siempre. Y…apúntalo en mi cuenta.
-Espero que puedas pagarme esa factura un día de estos… -
fue el único comentario que profirió el camarero mientras me servía una copa de
su peor whisky.
Una sonrisa forzada, a modo de asentimiento, fue toda la
respuesta que logró sacarme. No hacía falta más realmente.
Antes de entregarme al mar de brumas etílicas, ojeé el
local. No había nadie excepto un tipo que me resultaba ya familiar en aquel
antro, bebiendo lo que parecía una cerveza. Pero… había alguien más.
En una esquina del local, acurrucada entre las sombras una
mujer contemplaba absorta, sentada en una silla, al Martini que descansaba
intacto sobre su mesa. Debía frisas la treintena, aunque no podía estar muy
seguro. En cualquier caso, era más joven que yo. Parecía salida de la misa del
domingo, vestida con un conjunto de falta y chaqueta blanca a juego. Se pelo
recogido en un pulcro moño terminaban de definir su imagen. Definitivamente,
aquella mujer no pertenecía a un local como la tasca del desdentado George.
Una mirada más exhaustiva, me permitió ver que contemplaba
una foto. Para mi sorpresa, en ese preciso instante, levantó la cabeza. La miré
fijamente a los ojos durante un segundo, sin gesticular ningún tipo de expresión.
Me pareció ver el brillo de dos esmeraldas incrustadas en su rostro de piel
blanca como la nieve. Ojos verdes. Sin embargo, una extraña sensación recorrió
mi cuerpo. Incapaz de sostenerle la mirada un segundo más, aparté la vista algo
turbado y volví a la compañía de mi copa.
El tiempo se volvió difuso, sentado en aquel oscuro bar. Las
frases sueltas que intercambiaba con George y los soros aislados me sacaban de
la monotonía del silencio. Tenía la sensación de que ahora era ella la que me
observaba. Pero, no tenía por algún motivo el valor para girarme.
Los minutos fueron pasando a un ritmo imperceptible hasta
que un ruido me trajo de vuelta a la realidad. Me giré instintivamente y
comprendí que la puerta se había cerrado de golpe. Alguien se había marchado.
Una rápida visual confirmó mis sospechas. La mujer se había
ido. Su Martini permanecía intacto sobre la mesa que había ocupado en todo este
tiempo. Pero no estaba solo. Me pareció vislumbrar algo. Un pequeño papel
acompañaba a la copa.
Puede que fuera por el aburrimiento, la curiosidad o mi
imaginación potenciada por el whisky, pero tuve el deseo de acercarme hasta
aquella mesa y ver qué es lo que la atípica mujer había dejado allí.
Me encaminé hasta el lugar y sentí como si un escalofrío
atenazara mi cuerpo. Su perfume. Aún impregnaba suavemente el ambiente que
había ocupado. Olía muy bien. No podía decir nada más salvo eso, puesto que al
fin y al cabo no era un gran entendido en esos temas.
Miré a la superficie plana de la mesa y allí estaba. Parecía
una nota arrugada. Cogí el trozo de papel. Estaba escrito en una burda
servilleta. Sólo había una frase escrita, realizada con una caligrafía muy
estilizada y fluida.
“Sigue a la Mariposa
Negra”
No decía nada más. ¿La había dejado allí a propósito esperando
que yo la leyese?¿O quizás era algo que simplemente había escrito para
distraerse? Era muy extraño. Y en mi mundo las casualidades no existían.
Aquella mujer no debía estar en un sitio como el local de
O’Mulligan. Sospechoso. Quizás el alcohol y los años en el gremio me habían
vuelto paranoico, pero si había aprendido algo en todo este tiempo era a fiarme
a de mi instinto.
En cualquier caso, guardé la nota en el bolsillo interior de
mi gabardina. Volví a mi taburete, como si no hubiera pasado nada y terminé lo
que quedaba de la copa de un trago. No merecía la pena desperdiciar más tiempo
en aquel miserable tugurio. Me despedí de O’Mulligan y salí inquieto y
meditabundo de su negocio.
Al cruzar el umbral hacia la calle, aspiré profundamente el
aire fresco que flotaba en el ambiente. El contraste con respecto al humo de
los cigarrillos y el olor a rancio era muy agradable. No obstante, sabía que
ese aire que entraba en mis pulmones estaba contaminado por la corrupción y el
pecado. Si…todo aquello se respiraba en
el aire de la Gran Manzana.
Dejé a un lado mis cavilaciones internas y emprendí el
camino a casa, si así es como se podía llamar el ruinoso despacho. El cielo
seguía cargado de nubes, pero al menos ahora no llovía. Como hiciera antes, me
sumergí en la marea humana que transitaba la calle, con sus caras tristes y sus
estómagos hambrientos.
Sin embargo, ahora y casi sin darme cuenta, jugaba a cazar
mariposas con la mirada. Una Mariposa Negra.
Mariposas y Whisky
El reflejo que me devolvía la superficie de aquella copa de
whisky no era muy halagador. La tristeza había esculpido mi rostro y la dejadez
se había aposentado en él.
Estaba acompañado en aquella lúgubre sala, que resultaba ser
mi despacho, de la soledad. El ensordecedor ruido que entraba por la ventana
entreabierta, proveniente de la calle, no parecía romper el silencio casi
mortecino que me rodeaba.
Sentado sobre aquel sillón destartalado, lo único que
llegaba a ver era aquel vaso medio vacío y una botella barata de whisky que
languidecía en sus últimos estertores de vida.
No podía ver como se demoraba su agonía, así que lentamente
alargué el brazo y procedí a llenar la copa con las últimas gotas del brebaje
que envenenado mis días.
Era en estos momentos cuando podía oír su canto de sirena.
Una Colt del 45 con cuatro balas en el tambor susurraba mi nombre. Tan sencillo
como abrir el cajón de mi escritorio, poner el arma contra mi sien y…¡BAM!
Mis sesos decorarían la mohosa pared.
Pero no…
Corría el año 1929 y esparcir mi masa encefálica por su
propiedad era el último, de una larga lista, de disgustos que se llevaría mi
pobre casera.
La quiebra de la Bolsa no había acabado con ella. No se
merecía tener que limpiar la sangre de la pared de aquel angosto despacho,
situado en la octava planta del edificio que alquilaba por un mísero precio,
similar al que podía valer un buen copazo en la taberna de O’Mulligan.
Definitivamente, ese no sería el día en que mis huesos
maltrechos acabarían en una caja de madera, a tres metros bajo tierra. Decidí
incorporarme y eché un rápido vistazo al despacho. Desde hacía un mes y medio,
aquel estudio había pasado a ser mi casa, después del desahucio. Una escueta
maleta, con mis pocas posesiones acechaba , oculta entre las sombras en una
esquina de la habitación.
Pero bueno, la cosa no iba tan mal. Al menos, mi cuerpo no
había recorrido la distancia que separaba al Empire State del suelo, como mucho
corredores de Bolsa, que con sus esquelas adornaban día tras día la portada de
los periódicos.
Llevaba tiempo sin recibir un encargo. Demasiado tiempo, de
hecho. Mi cuenta, en la tienda de ultramarinos de la viuda Rose, se perdía a lo
largo de páginas y páginas de pedidos impagado. Creo que la mujer estaba al
tanto de mi triste situación económica y guardaba algo de su caridad cristiana
para mí y para mi olvidado estómago.
Sin embargo, no perdía la esperanza. El teléfono aún
descansaba sobre la mesa. Esperaba sin mucha convicción que el ruido de aquel
maldito aparato me sacara de mi monotonía de bebida y compañías poco
recomendables.
Pero no sonaba…
Miré con desgana a aquel engendro de la tecnología una
última vez y decidí que la mejor manera de desperdiciar aquella mañana de
primavera sería dar un paseo. Además, empezaba a quedarme sin existencias y mi
cuerpo necesitaba de ese alcohol que desinfecta las heridas del alma.
Observé que el vaso estaba lleno. No sería así por mucho
tiempo. En un acto instintivo, casi con el mismo penoso automatismo con el que
trabaja un obrero de los bajos fondos, alargué el brazo y me llevé la copa a
los labios.
Durante un instante vacilé. “Cualquier día de estos lo
dejo”, me dije en un infructuoso intento por engañarme a mismo. Bebí todo el
contenido de un trago y sentí como una lengua de fuego acariciaba mi paladar
con la dulzura de una fulana barata y como se deslizaba hasta mis tripas
vacías.
Salí del despacho, no sin antes coger una vieja gabardina
gris, que descansaba plácidamente sobre el perchero, y calzarme un sombrero algo
roído a juego con la desgastada prenda. Al girar el pomo, un desagradable
rechinar me auguró que cualquier día tendría que abrir la puerta de un disparo
en la cerradura.
Al bajar las escaleras y salir del edificio, me encontré con
el mismo panorama: calles llenas de espectros errantes en pena, que no eran
sino míseros desempleados, víctimas de la codicia y la inocencia que había
desembocado en aquella catastrófica crisis.
Yo no me diferenciaba mucho de ellos. Con mi ropa a juego
con las aceras, parecía un camaleón vagando sin rumbo por la jungla del
asfalto. Solo me sacaron de mi catatonia rutinaria la figura de dos policías.
Sus caras no me sonaban, pero…oh, si…podía olerse a kilómetros. Sus aire
seguros, desgarbados y sus sonrisas intimidatorias apestaban a corrupto.
Había visto esa historia repetirse decenas de veces, cuando
aún formaba parte del cuerpo. Eres joven y arrogante y nada más llegar aparecen
tres tipos con traje elegante y te dan un fajo de billetes por hacer la vista
gorda. ¿Quién iba a negarse? Pobres diablos. Lo que no sabían ese par de
novatos, es que el camino que habían elegido no era muy largo.
No puede decirse que yo haya sido el poli más limpio, ni
mucho menos, pero nunca llegué a esos extremos. Pero eso… fue hace mucho
tiempo, antes de aquellos asuntos turbios de los cuales ya ni me acuerdo.
Continué mi camino, no sin memorizar las caras de aquel par
de sabandijas. Mis pasos pausados y mi andar errático ganaron intensidad cuando
unas finas gotas de lluvia, provenientes de un cielo negro y poco acogedor,
empezar a caer sobre la urbe del vicio y la decadencia. Mi querida New York.
Al cabo de unos minutos, llegué a un portal conocido,
Parapetado por un viejo periódico que había encontrado por el camino para
cubrirme de la lluvia.
Era temprano, pero poco importaba eso allí donde me
encontraba. La Taberna de O’Mulligan no cerraba nunca. Daba igual que fuera de
día o de noche; el viejo George O’Mulligan siempre estaba dispuesto a servirte
una copa.
Su deleznable local iba a juego con su propia aspecto, en el
que destacaban una prominente barriga y una desdentada sonrisa. La Ley Seca imperaba
en aquellos días, pero aquel astuto irlandés se las había apañado, a golpe de
sobornos y extraños favores para que la policía no fuera allí a dar problemas.
Entré en el garito y me acerqué a la barra. Un taburete que
parecía tener mi nombre escrito y la firma de mi culo impresa pedía a gritos
que me sentase en él.
-¿Lo de siempre, Matt?- cualquier otro, se hubiera
sorprendido de tener un cliente a aquellas horas, pero no O’Mulligan y mucho
menos si yo era ese cliente.
-Lo de siempre. Y…apúntalo en mi cuenta.
-Espero que puedas pagarme esa factura un día de estos… -
fue el único comentario que profirió el camarero mientras me servía una copa de
su peor whisky.
Una sonrisa forzada, a modo de asentimiento, fue toda la
respuesta que logró sacarme. No hacía falta más realmente.
Antes de entregarme al mar de brumas etílicas, ojeé el
local. No había nadie excepto un tipo que me resultaba ya familiar en aquel
antro, bebiendo lo que parecía una cerveza. Pero… había alguien más.
En una esquina del local, acurrucada entre las sombras una
mujer contemplaba absorta, sentada en una silla, al Martini que descansaba
intacto sobre su mesa. Debía frisas la treintena, aunque no podía estar muy
seguro. En cualquier caso, era más joven que yo. Parecía salida de la misa del
domingo, vestida con un conjunto de falta y chaqueta blanca a juego. Se pelo
recogido en un pulcro moño terminaban de definir su imagen. Definitivamente,
aquella mujer no pertenecía a un local como la tasca del desdentado George.
Una mirada más exhaustiva, me permitió ver que contemplaba
una foto. Para mi sorpresa, en ese preciso instante, levantó la cabeza. La miré
fijamente a los ojos durante un segundo, sin gesticular ningún tipo de expresión.
Me pareció ver el brillo de dos esmeraldas incrustadas en su rostro de piel
blanca como la nieve. Ojos verdes. Sin embargo, una extraña sensación recorrió
mi cuerpo. Incapaz de sostenerle la mirada un segundo más, aparté la vista algo
turbado y volví a la compañía de mi copa.
El tiempo se volvió difuso, sentado en aquel oscuro bar. Las
frases sueltas que intercambiaba con George y los soros aislados me sacaban de
la monotonía del silencio. Tenía la sensación de que ahora era ella la que me
observaba. Pero, no tenía por algún motivo el valor para girarme.
Los minutos fueron pasando a un ritmo imperceptible hasta
que un ruido me trajo de vuelta a la realidad. Me giré instintivamente y
comprendí que la puerta se había cerrado de golpe. Alguien se había marchado.
Una rápida visual confirmó mis sospechas. La mujer se había
ido. Su Martini permanecía intacto sobre la mesa que había ocupado en todo este
tiempo. Pero no estaba solo. Me pareció vislumbrar algo. Un pequeño papel
acompañaba a la copa.
Puede que fuera por el aburrimiento, la curiosidad o mi
imaginación potenciada por el whisky, pero tuve el deseo de acercarme hasta
aquella mesa y ver qué es lo que la atípica mujer había dejado allí.
Me encaminé hasta el lugar y sentí como si un escalofrío
atenazara mi cuerpo. Su perfume. Aún impregnaba suavemente el ambiente que
había ocupado. Olía muy bien. No podía decir nada más salvo eso, puesto que al
fin y al cabo no era un gran entendido en esos temas.
Miré a la superficie plana de la mesa y allí estaba. Parecía
una nota arrugada. Cogí el trozo de papel. Estaba escrito en una burda
servilleta. Sólo había una frase escrita, realizada con una caligrafía muy
estilizada y fluida.
“Sigue a la Mariposa
Negra”
No decía nada más. ¿La había dejado allí a propósito esperando
que yo la leyese?¿O quizás era algo que simplemente había escrito para
distraerse? Era muy extraño. Y en mi mundo las casualidades no existían.
Aquella mujer no debía estar en un sitio como el local de
O’Mulligan. Sospechoso. Quizás el alcohol y los años en el gremio me habían
vuelto paranoico, pero si había aprendido algo en todo este tiempo era a fiarme
a de mi instinto.
En cualquier caso, guardé la nota en el bolsillo interior de
mi gabardina. Volví a mi taburete, como si no hubiera pasado nada y terminé lo
que quedaba de la copa de un trago. No merecía la pena desperdiciar más tiempo
en aquel miserable tugurio. Me despedí de O’Mulligan y salí inquieto y
meditabundo de su negocio.
Al cruzar el umbral hacia la calle, aspiré profundamente el
aire fresco que flotaba en el ambiente. El contraste con respecto al humo de
los cigarrillos y el olor a rancio era muy agradable. No obstante, sabía que
ese aire que entraba en mis pulmones estaba contaminado por la corrupción y el
pecado. Si…todo aquello se respiraba en
el aire de la Gran Manzana.
Dejé a un lado mis cavilaciones internas y emprendí el
camino a casa, si así es como se podía llamar el ruinoso despacho. El cielo
seguía cargado de nubes, pero al menos ahora no llovía. Como hiciera antes, me
sumergí en la marea humana que transitaba la calle, con sus caras tristes y sus
estómagos hambrientos.
Sin embargo, ahora y casi sin darme cuenta, jugaba a cazar
mariposas con la mirada. Una Mariposa Negra.
Última edición por Kierkeegard el Vie Jul 23, 2010 1:52 pm, editado 1 vez
Kierkeegard- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 21/04/2010
Re: Capítulo 1: Mariposas y Whisky
Mmmh.. qué vocabulario tan rico...
Muy buena la narración. Me ha gustado la forma de describir tan minuciosa y, sobretodo, las metáforas que utilizas.
Cuidadín con algunas pequeñas faltas de ortografía. ¡Revísalo antes de que te publiquen la novela!
¡Más, más!
PD: Gracias por darle vidilla a esto
Muy buena la narración. Me ha gustado la forma de describir tan minuciosa y, sobretodo, las metáforas que utilizas.
Cuidadín con algunas pequeñas faltas de ortografía. ¡Revísalo antes de que te publiquen la novela!
¡Más, más!
PD: Gracias por darle vidilla a esto
Shiina- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/02/2010
Edad : 37
Localización : Mallorca Island
Re: Capítulo 1: Mariposas y Whisky
Si, si, tienes toda la razón, hay que depurar faltas y demás. Muchas gracias por comentar Shiina, por tus amables palabras y por la crítica constructiva. ^^
Kierkeegard- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 21/04/2010
Re: Capítulo 1: Mariposas y Whisky
uoo! mira k la lectura y yo no somos muy amigas, pero me lo e leido enterito y me e kedado con ganas de mas xDD
esperando el segundo capitulo
esperando el segundo capitulo
Sayna- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 09/02/2010
Edad : 36
Localización : zgz city
Re: Capítulo 1: Mariposas y Whisky
En ese caso, Venecia, el 2º capítulo saldrá dentro de poco. =)
Kierkeegard- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 21/04/2010
HellRaisers :: HellRaisers :: Ocio
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